La política en la vida espartana vs la ateniense: dos almas bajo un mismo cielo griego
Hablar de la antigua Grecia es adentrarse en un universo donde el pensamiento, la guerra, la belleza y la política convivían en perfecta tensión. Sin embargo, no existía una sola Grecia, sino muchas, fragmentadas en ciudades-estado llamadas polis. Cada una tenía su propio sistema político, sus leyes y su manera de entender la vida. Entre todas, dos destacaron con luz propia y opuesta: Esparta y Atenas. Su contraste no solo definió siglos de historia, sino que también dio forma a dos modelos de civilización que siguen inspirando debates en pleno siglo XXI.
En el corazón del Peloponeso, Esparta levantó un imperio de hierro. Su política giraba en torno a la obediencia, el sacrificio y el servicio al Estado. Para un espartano, la libertad individual era secundaria frente al bien colectivo. A cientos de kilómetros al norte, bañada por el Egeo, Atenas se convirtió en un hervidero de ideas, debates y arte. Allí nació la democracia, el concepto de ciudadanía y el ideal de que la política debía ser una responsabilidad compartida entre todos los hombres libres.
El nacimiento de dos mundos distintos
La política espartana y la ateniense no fueron el resultado del azar, sino de su entorno. Esparta se encontraba en una región fértil pero aislada, rodeada de montañas que la protegían de invasiones pero también la mantenían separada del comercio exterior. Eso favoreció un sistema cerrado, autosuficiente y militarizado. Por el contrario, Atenas se ubicaba junto al mar, en el Ática, lo que la convirtió en un centro de comercio y contacto con otras culturas. Esa apertura influyó profundamente en su pensamiento político: mientras los espartanos confiaban en la estabilidad del orden interno, los atenienses apostaban por la innovación, la participación y el debate.
En Esparta, el sistema político se sustentaba en tres pilares: la monarquía dual, el consejo de ancianos y la asamblea popular. Dos reyes gobernaban al mismo tiempo, encargados de dirigir el ejército y los rituales religiosos. Su autoridad, sin embargo, no era absoluta. La Gerusía, un consejo de 28 ancianos mayores de 60 años más los reyes, elaboraba las leyes y supervisaba el cumplimiento de las costumbres. Y la Apella, una asamblea de ciudadanos espartanos, aprobaba o rechazaba las propuestas sin derecho a debatirlas. Este diseño mantenía el equilibrio entre tradición y control, asegurando que nada alterara el orden social.
Los verdaderos guardianes del sistema eran los éforos, cinco magistrados elegidos anualmente. Supervisaban la educación, la justicia y hasta la conducta de los reyes. Su poder era tan grande que podían destituirlos o juzgarlos si lo consideraban necesario. Esparta, en definitiva, era un estado vigilante y autorregulado, donde la política era una extensión del deber militar.
En Atenas, en cambio, el poder se concebía como algo cambiante, vivo, alimentado por la palabra y el voto. La historia de su democracia es la historia de una evolución. En los primeros tiempos, el poder estaba concentrado en las manos de los nobles. Pero con las reformas de Solón y Clístenes en los siglos VI y V a.C., Atenas dio un salto revolucionario: la creación de un sistema en el que los ciudadanos participaban directamente en las decisiones públicas. La Ekklesía, la asamblea de todos los hombres libres, se convirtió en el corazón político de la polis. Allí se discutían las leyes, se elegían los magistrados y se decidía la guerra o la paz.
Hamas e Israel: qué significa realmente el reciente acuerdo de pazEsparta: la política del deber y la disciplina
La vida política en Esparta no podía separarse del entrenamiento militar. Desde los siete años, los niños eran educados en la agogué, un riguroso sistema que los preparaba para servir al Estado. La política era, en esencia, una extensión de esa educación. El ciudadano espartano (homoios) no existía para sí mismo, sino para la colectividad. Todo giraba en torno a la obediencia, la igualdad dentro de la casta militar y el mantenimiento del orden.
El sistema espartano puede parecer extremo, pero su objetivo era claro: evitar conflictos internos y asegurar la supremacía de la élite guerrera. Para lograrlo, los espartanos crearon un modelo de sociedad cerrada y estable, en la que cada individuo sabía exactamente qué papel debía desempeñar. Las reformas atribuidas a Licurgo —figura legendaria del siglo IX a.C.— establecieron las bases de esta estructura política, que se mantuvo prácticamente inalterada durante siglos.
El poder político, por tanto, era una cuestión de deber más que de ambición. Nadie podía destacar demasiado, nadie podía desafiar el orden. Esta visión permitió a Esparta mantener una sociedad cohesionada y fuerte, capaz de derrotar a potencias rivales como Atenas durante la Guerra del Peloponeso. Sin embargo, esa misma rigidez la condenó al estancamiento cuando el mundo cambió.
Para explorar más sobre la vida y la organización política de Esparta, el sitio del British Museum ofrece excelentes recursos y artefactos que ilustran su legado.
Atenas: la política de la palabra y la libertad
Si Esparta construyó un Estado basado en el silencio del deber, Atenas edificó el suyo sobre el ruido del debate. La política era parte del día a día: en la plaza pública, el ágora, los ciudadanos discutían, proponían leyes y deliberaban sobre los asuntos de la polis. La palabra era el arma más poderosa.
La democracia ateniense no era perfecta, claro. Solo podían participar los hombres libres nacidos en Atenas; las mujeres, los esclavos y los extranjeros estaban excluidos. Pero dentro de sus límites, el sistema fue revolucionario. Los cargos públicos se elegían por sorteo o votación, y todos los ciudadanos tenían el derecho —y el deber— de participar en la Ekklesía. Los magistrados, conocidos como arcontes, administraban la ciudad, y el Consejo de los Quinientos preparaba las leyes y supervisaba el funcionamiento del Estado.
La política en la vida ateniense era, además, un ejercicio de virtud cívica. El ciudadano ideal debía estar informado, participar en los debates y actuar pensando en el bien común. El orador era tan admirado como el guerrero, y figuras como Pericles, Temístocles o Demóstenes se convirtieron en modelos del poder de la palabra.
Hamas e Israel: qué significa realmente el reciente acuerdo de pazEn Atenas surgió también un elemento único: la autocrítica. Los mismos atenienses que crearon la democracia también la cuestionaron. Filósofos como Platón y Aristóteles analizaron sus defectos y virtudes, sentando las bases de la teoría política occidental.
Dos modelos, una herencia compartida
Comparar la política espartana con la ateniense es observar cómo dos sociedades respondieron de forma opuesta al mismo dilema: cómo organizar la convivencia. Esparta eligió la estabilidad y la obediencia; Atenas, la libertad y el debate. Ambas visiones tenían sus riesgos. La primera podía sofocar la creatividad; la segunda, caer en la anarquía. Pero de su contraste nació uno de los capítulos más ricos de la historia humana.
Durante siglos, los filósofos y pensadores se han inspirado en esta dualidad. Maquiavelo admiraba la disciplina espartana, mientras que los fundadores de la democracia moderna se inspiraron en la participación ateniense. Incluso hoy, los estudios de historia política comparada utilizan los términos “modelo espartano” y “modelo ateniense” para describir dos enfoques universales: el del control y el del consenso.
Reflexión final
La política, en Esparta y en Atenas, no era una actividad separada de la vida cotidiana. Era la vida misma. En una, se expresaba a través del deber, la obediencia y la disciplina; en la otra, mediante el diálogo, la libertad y la responsabilidad. Y aunque ambas acabaron cayendo, su legado perdura.
Cuando hoy hablamos de democracia, de participación ciudadana o incluso del equilibrio entre orden y libertad, estamos repitiendo, de alguna forma, las discusiones que comenzaron hace más de dos mil quinientos años en los valles del Peloponeso y en las colinas del Ática.
En última instancia, Esparta y Atenas representan dos maneras de entender lo que significa ser humano: obedecer o decidir, servir o participar, callar o hablar. Y quizás, entre ambas, siga escondida la eterna búsqueda del equilibrio político perfecto.
Si quieres profundizar en estas civilizaciones, la Enciclopedia Británica y el Museo de la Acrópolis de Atenas ofrecen materiales y estudios fascinantes sobre cómo estas dos polis cambiaron para siempre la historia del pensamiento político.
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